na es una de esas mujeres que han tenido varias vidas en una, y estas se ven reflejadas en cada uno de los rincones de esta construcción que compraron y reformaron en tiempo récord. Hoy este hogar invita a la onomatopeya desde el momento que traspasas la puerta de entrada.
En Nueva España hay unas pequeñas calles en las que Madrid deja de ser ciudad para convertirse en pueblo. Una zona que contiene casas de dos y tres plantas con pequeños jardines que nos recuerdan que la vida puede ir más lenta. Eso es lo que atrajo a Ana Cerrato, propietaria de la firma Cayumas, y a su marido, Borja de Madariaga, un nombre mítico de la sociedad madrileña, de esta especial casa que hoy comparten con cinco hijos: Fernanda (20), Alejandro (18), Cayetano (17), Tristán (8) y Uma (7). Y un teckel llamado Lápiz.
Una puerta metálica pintada en un color empolvado da la bienvenida a su universo. La empresaria recibe a Vanitatis en esta casa familiar en una mañana invernal.
Para recorrer esta vivienda unifamiliar y entender su cuidada estética hay que conocer la historia de su dueña. Ana es hija de ingeniero de Iberia, y esa influencia familiar, tras estudiar Psicología, hizo que ella empezara su vida profesional como azafata de vuelo. Unos años que recuerda con cariño. Ahí empieza su primera etapa vital. Volando alrededor del mundo, con base en Barcelona, donde recuerda que fue muy feliz; era sobrecargo hasta que vivió un aterrizaje en Quito (Ecuador) que cambió su rumbo. “Se apagó un motor, luego el otro implosionó y el piloto, que era un crack, consiguió aterrizar el aparato. Cuando tocamos tierra y bajamos del avión le di un beso para la historia”. Haber sobrevivido a esa experiencia, no quitó que tuviera secuelas, empezó a sufrir antes de volar, le cogió respeto a volar… Y decidió que tenía que cambiar de ritmo y de vida. Lo dejó todo y se fue a vivir a Ibiza.
Allí se unió a una amiga, Chantal, que hoy es una de las mujeres más influyentes de ese sector en las Pitiusas y juntas montaron una empresa inmobiliaria que funcionó fenomenal. “Borja, mi marido, por aquel entonces era fotógrafo y fue a hacer unas fotos de la casa de Sarasola, él llevaba una cámara maravillosa, antiquísima, una Hasselblad. A mí me encanta la fotografía y yo iba con un perro de 100 kilos. Empezamos a hablar de la cámara y el perro, el perro y la cámara, y ahí empezó todo. Él, por aquel entonces, era muy bohemio y, aunque estuvimos unos años yendo y viniendo entre Madrid y la isla, le dije que quería una familia normal como la que había visto en mi casa y nos casamos”.
Ella se viene a Madrid a vivir y recuerda que en uno de sus viajes con Borja en 2010 a Venecia conoció un taller de las míticas friulanas, esas zapatillas de terciopelo artesanales que llevan los gondoleros de la ciudad de los canales. “Como hablo italiano me fui a hablar con ellos y, pese a que me costó mucho y no querían más clientes, les convencí de que produjeran para nosotros. Así fundamos Cayumas, que es una fusión del nombre de dos de nuestros hijos, el tercero de Borja, Cayetano, y de nuestra hija, Uma”. Todas estas anécdotas y algunas más ampliadas nos las cuenta con naturalidad y simpatía; no nos extraña que esos artesanos cayeran rendidos a sus encantos.
Cuando habla del nombre de la marca, menciona al tercero de Borja, y lo hace tras más de dos horas de conversación, un detalle que nos hace descubrir entre líneas que los cinco no son de la pareja. Y tal y como nos explica al preguntarle: “Borja tuvo tres hijos con otra pareja, pero esta es la casa familiar de todos”. Y es así, aparece de repente de una habitación un adolescente de esos que te miran de soslayo y se encierran en su habitación muchas horas.
Cada una de esas partes de la vida que ha vivido están reflejadas en la casa: en el pequeño jardín de la entrada vemos unas sombrillas ibicencas, y en alguna habitación, butacas tapizadas con retales de la típica tela de patchwork isleña. En las paredes, fotografías de su marido de la época de la exposición que se llamó ‘Venecia, luz de invierno’, que fue maravillosa y donde conocieron las claves de este negocio que hoy llevan los dos. También vemos piezas de decoración antiguas mezcladas con muchas escandinavas compradas en sus viajes cuando eran novios. “Pero ahora seguimos viajando. Hacemos un viaje al año los siete; Borja hace otro solo con los mayores y un tercero al que vamos él, yo y los pequeños”.
Esas referencias de viajes son las que han creado esta ecuación única en la que todos encuentran ese hogar al que volver: “Yo creo en el amor para toda la vida. Soy muy ecléctica en la decoración, en mis diseños, en mi forma de vestir. Pero en términos de familia apuesto por el orden. Cuando yo conocí a Borja, su hijo pequeño tenía tres años. Si nosotros no hubiéramos tardado tanto, los niños se hubieran llevado muy poco”. Nos lo explica en una habitación infantil que parece de cuento, recién reformada para que su hija haga acrobacias colgada del techo. “Antes teníamos un columpio, pero ahora tiene nuevas aficiones”.
Mi habitación, en especial mi bañera. Me baño por la mañana y por la noche, incluso leo allí dentro.
‘La alegría de las pequeñas cosas’, de Hannah Jane Parkinson, de Círculo de Tiza. Estoy encantada porque vamos a empezar un club de lectura en la tienda y este es el primer libro. Son reflexiones que la autora hace en ‘The Guardian’ cargadas de humor e ironía que nos reconcilian con la vida. Además, me acabo de leer uno muy duro, muy bonito: ‘Tierra americana’, de Jeanine Cummins, pero necesitaba algo más ligero.
Hicimos mucho viaje a Dinamarca, a Suecia, y tenemos una silla que me encanta en el salón y un par de escritorios. Pero a las tapicerías, por ejemplo, les hemos dado un toque personal.
Sí, compramos pocos muebles, la mayoría de los que hemos puesto los hemos llevado de aquí. Me gusta mucho el mueble antiguo, intento mezclar. Si me llevas al Rastro, me muero de la emoción. Ya sabes, mis platos son antiguos, las tazas también. Cuando voy a Francia, mientras la gente se trae moda, yo me escapo al mercado de las Pulgas y me llevo ocho tazas distintas.
Me encanta la comida ecológica, y suelo comprar en el mercado de Potosí. Estamos preparando un libro de recetas familiares que este año estará terminado, con nuestras recetas caseras espero tenerlo acabado a final de año.
Bizcochos. Si no hay en casa, mis hijos lloran. Les encantan.
No soy muy comprona, pero me gustan mucho Sézane, JoSephine, Skall studio o We are new Society.
Cayumas nació en 2020, en plena pandemia. “Ahora vendemos unos 30 pares al día. Somos proveedores de las tiendas de Aerin Lauder y hace dos meses hemos abierto nuestra tienda en Madrid, muy cerquita de aquí, donde practicamos yoga a mediodía. Borja, obviamente, hace otras cosas en la vida, pero le divierte mucho este negocio y me echa una mano con las cuentas y los números. Nos enamoramos de este calzado. Yo, además, siendo azafata, había viajado sobre todo a países de Latinoamérica y a países de Asia, donde ya tenía fichadas artesanías y objetos que me costaba mucho encontrar en España. Entonces, cuando conocimos las venecianas, las auténticas, compramos miles y trajimos a un montón de gente. Y conocimos a un artesano que nos contó la elaboración, cómo las hacía, que quedaban solamente tres artesanos en Friuli, en el norte de Venecia. Yo siempre había querido montar un negocio en Ibiza, tenía esa espinita, quería coger todos esos apuntes que tengo del mundo de la artesanía y tal, y retirarme montando una cosa superbonita, tipo Elephant, que ya venden Cayumas. Victoria, la dueña de la tienda, es mi referente”. (Habla de una tienda mítica de Ibiza que es visita obligada para los amantes del interiorismo).
Después de casarse en la iglesia de San Carlos de la isla, mantuvieron la casa de Ana de Ibiza, pero cada vez iban menos. Y cuando se quedó embarazada de su hijo Tristán (que ahora tiene ocho) decidió que no podía seguir con su socia y se deshizo de su parte de la empresa. Nada más nacer el niño, tan solo tres meses después, se quedó embarazada de Uma. “Me encontré de repente con dos bebés a los que me he dedicado en cuerpo y alma casi tres años. Justo después nos cambiamos de casa y vinimos aquí”, nos explica mientras recorremos una impecable cocina, pero de esas que se ven disfrutadas. Llena de tablas de madera que cuentan historias de reuniones, platos de cerámica comprados en mercadillos de París y de Ibiza que adornan las estanterías. Cada rincón apetece.
Ella se mueve por toda la casa hablando de lo divino y humano, de su trabajo y de su familia, algo que demuestra esa paz que tiene en casa y en la que vive nuestra protagonista. Todo el mundo le puso pegas a la hora de iniciar el negocio, “que si era muy complicado, que si la producción era lenta, pero ahora me hacen los interiores que yo quiero con telas maravillosas de Liberty. El coste en mi caso es muy elevado, pero es que me gusta hacer las cosas bien”. Nos habla de la importancia del origen en los zapatos, de la importancia de la artesanía, de la calidad del terciopelo, que todo está cosido, no pegado, de las copias mal hechas… Todos los detalles de un negocio que desconocíamos. “Yo pensé en mirar a Estados Unidos, allí seguro que tenía mercado, creía erróneamente que en España no triunfaríamos, pero no ha sido así.
En Estados Unidos, Aerin Lauder es nuestra mayor valedora, ella las vende y todo el mundo imita su estilo de vida, así que ha sido todo un éxito. Otro de nuestros puntos de venta favoritos es Skall Studio en Copenhague, no sabes cómo les gustamos a las clientas. También en Amanda Brooks en Londres y no sé cómo llegamos allí. Sabemos que tenemos fans españolas que viven allí y me imagino que ellas son nuestras mejores relaciones públicas”.
En su salón, donde posa, las paredes están forradas de libros, clásicos de siempre, mucha historia, mucha filosofía… Su marido es un ávido lector y dice que sus hijos también. Entre las estanterías vemos un tocadiscos pegado a varios altavoces de tamaños diversos, demostrando que también son melómanos. Todo rezuma gusto, y no nos extraña porque en su agenda están nombres como el de Mathilde Favier, directora de relaciones públicas de Dior, Alice Sergeant, una diseñadora de textiles hiperconocida, o el decorador Lorenzo Castillo. “Él nos ayudó con la casa y las telas, pero el espacio que lleva su sello de verdad es el comedor. La mesa, las lámparas, todo fue idea de él. Todo lo demás es más nuestro. Cada vez que hacíamos una cena nos iba dando ideas que nosotros implementamos según nos encajaban, me gusta contar con su opinión”.
A Alice la conoció en un hotel de Menorca, en Cristine Bedfor, se conocieron en la terraza y Alice le preguntó por sus friulanas y de ahí nació una amistad: “Empezamos a hacer zapatos y de ahí va y la invitan a París porque empezó a vender Casa López —una de las tiendas más cool del momento en la capital—. Me pidió que la acompañara y se vino desde Estados Unidos y yo feliz. Cogí un avión y me fui a París con ella, creyendo las dos que era una cena en la cual íbamos a charlar y a disfrutar de un plan para amigas en París. ¿Qué pasó? Que la cena era algo espectacular en un palacete para solo 30 personas... Una cosa maravillosa”.
Habla de sus viajes a Tanzania, a República Dominicana, pero elementos decorativos de estos países casi no vemos. Sí que hay lámparas de techo de rafia traídas de su isla favorita, donde, según nos cuenta, pasan tres meses al año. Y es que aunque en sus redes sociales apenas se vislumbra un poco de su vida, nos permite hacer una composición bastante clara, una vida que gusta y que ya la está señalando como un objetivo de las marcas. “Muchas me escriben, pero yo solo saco en mis redes cosas con las que me siento cómoda, con las que creo que mi clienta de Alicante se sentirá a gusto. Cada vez mis clientas empiezan más conversaciones de todo tipo: ‘Oye, pero ¿esta crema te gusta de verdad? Y yo les contesto con la verdad. Si miento, mis productos serán mentira también y no lo puedo permitir”.
La sesión sigue y ella desgrana sin pudor todos los detalles de su vida pasada y presente, de la ilusión que le hace tener una casa en la que poder acoger a sus amigos. “Cuando están aquí en su cuarto estoy muy a gustito, ¿sabes? Tenerlos cerca me da mucha paz”. Y al final ese es el fin de este tipo de casas, ¿no? Tener espacio para poder cuidar y recibir a los tuyos.