Teorizando sobre el humor, acorta caminos. Si es habilidad innata o adquirida, da igual. En definitiva, “se me hace la herramienta más efectiva para enfrentar la vida. Esa actitud que alguna vez adopté, tan en serio, que se me ha hecho profesión”, define. “Y por supuesto, una expresión artística fabulosa y tan válida como cualquier otra”. Y si enfatiza esta última acepción es porque asegura que “para la crítica y la industria, se trata de la única menospreciada como un género menor”, según señala. “De hecho: ¿cuántas comedias ganaron un Oscar?”, plantea. “¿Cuándo se dieron cuenta de que Francella es un actorazo? Después de El secreto de sus ojos (2009). Y Emilio Disi tuvo que hacer Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo (2011) para que dijesen: ´¡Epa, mirá de lo que es capaz!´. ¿Antes no actuaban? ¿Creen que es fácil hacer reír? La comicidad nunca se premia más allá del aplauso popular”, afirma con recelo y resignación. José María Listorti (50) es un gran quijote del humor. El que ha “signado” su historia, toda. El que “me dio familia y profesión”. Por el que “muchas veces he sido subestimado”. Y en nombre del cual alguna vez se reveló en pos de readaptarse. De ese recorrido hablaremos en horas en las que estrena su quinta década de vida y una faceta que está dando un giro a su destino.
Bromea sobre su trama biográfica “demasiado aburrida” para una buena entrevista. “Tengo un problema muy grave: sigo viviendo en el mismo barrio; hice jardín, prescolar, primaria y secundaria en el mismo colegio; me crié con los mismos amigos; y cuando salgo a comer me siento en la misma mesa”, suelta. Y aunque, con el orgullo en alto, suela decir “nací en Devoto, crecí en Devoto y voy a morir en Miami”, José María llegó a este mundo vía Turdera. Un dato que, por “demasiado anecdótico”, estuvo a punto de ser salteado.
“Mamá empezó el trabajo de parto una noche de carnaval en una quinta de Castelar. Imaginate, año 73 y sin WhatsApp: no sabían para dónde correr. Entonces se acordaron de que un familiar, al que desconozco, tenía una clínica en ese barrio de zona sur”, explica respecto de su suerte. Desde entonces (“para todos” y hasta hoy) fue Pototo, de “Pototito”, lo que su abuela paterna gritó al conocerlo. Describe esa foto de su infancia como “el típico y estructurado cuadrito ochentoso de familia laburante”, pendiente aún en “la casa chorizo con patio techado por una parra”. Indefectiblemente, “¡la misma casa en la que hoy vive mi madre!”, remata con gracia.
Su padre era carnicero. Y a ojos de hoy, el primer referente de esa “habilidad especial para vincularse con la gente”, recuerda. Dice no saber por qué, “pero cada vez que se cortaba la luz en casa, mamá me vestía, nos subíamos a un colectivo y nos íbamos al local”, cuenta. “Era un tipo campechano, bien de barrio, seductor, muy hablador y a mí me gustaba verlo en su métier, rodeado por las clientas que lo adoraban”. Y es aquí cuando despunta una serie de memorias e influencias. “Aprendió por necesidad. Mi viejo tenía 13 años y nada para morfar. Es así que empezó a trabajar como ayudante de carnicería en una feria. Siempre me decía: ´Yo jamás esperé la ayuda del Estado´. Era parte del orgullo de esa generación de laburantes a los que les gustaba laburar”, señala.
“Ese culto al trabajo fue lo más importante de su legado. Papá era incansable. Lo vi trabajar toda su vida y no sólo detrás de un mostrador. Él empapelaba, limpiaba, lavaba, cocinaba y arreglaba lo que se te ocurra. Me dejó tan alta la vara que en tiempos en los que trabajo poco me da cargo de conciencia. Realmente me angustio. Pienso: ´¿Estaré desperdiciando el tiempo?´. Recién ahora estoy entendiendo que jugar con mi familia o dedicarme a la lectura del algún libro, está muy bien”, relata. “De a poco voy aprendiendo a hacerle espacio al disfrute”.
José Miguel Listorti “fue el gerente general de mi vida”, así lo define. “Para que tengas una idea, cuando me entregaron mi primer departamento yo estaba trabajando en la cobertura del Mundial de Francia (1998). ¿Y qué hizo él? Lo pintó, tiró abajo una pared para dar lugar a un desayunador, mandó a hacer una mesa espectacular, se encargó de todo. Lo dejó listo”, recuerda. “Todavía siento ese abrazo que me dio el día en que tuve que mudarme. Nunca lo había visto llorar como un nene. Cerré la puerta, me metí en la ducha, porque tenía que ir a VideoMatch, y lloré hasta llegar al canal. Pero no por la distancia, porque sólo nos separaban cinco cuadras. Yo lloré por él, por la emoción que sentía viendo mi progreso”, cuenta.
“Además, manejaba mis cuentas como el mejor contador. Tal es así que después de su muerte me avivé de que no sabía endosar un cheque, ni hacer un trámite en la AFIP, ni encender el fuego para un asado”, asegura. “Papá falleció hace 10 años (noviembre 2013), a raíz de un tumor cerebral terrible, en la que fuera mi habitación y después de meses de ese deterioro tan típico de esas enfermedades de mierda”, relata. “Nunca jamás dejé de extrañarlo. Frente una gran decisión o al hecho más cotidiano de mi vida, no hay vez que no me pregunte: ´¿Qué haría mi viejo en este momento?´. Muchas veces sé las respuestas, otras no”.
Listorti asigna a mamá la mirada “más crítica” de su vida. Sin bien María Adela Ratti (83) “siempre fue fanática de la televisión y gran consumidora de revistas”, supo mantener su prejuicio por sobre todo “ese mundo”. Paradójicamente, “ella siempre se opuso a que yo fuese artista”, revela marcando la posición contraria a la de su padre. Chichita (así le dicen) quería verlo recibiendo el diploma de abogado. A tal punto que cuando la vocación de José María por los escenarios comenzó a asomar en el ámbito escolar, ella se presentó ante el Hermano Arturo (maestro de quinto grado), algo incómoda por el fomento que se hacía de su talento en los actos patrios. “¡No me gusta el ambiente al que quiere ir mi hijo!”, le contó. Su gran preocupación estaba más relacionada al “¿De qué vas a vivir?” que a la lucha de egos y el fantasma de la promiscuidad. “Tenía mucho miedo de que el humor no fuese suficiente. De que me saliera mal”, explica el conductor.
Con el correr de los años, la puja silenciosa concluyó en una charla de las más sensatas. “Má, voy a estudiar locución”, comunicó él a modo de tregua o resultante entre el deseo de los dos. “Yo te prometo que voy a traerte el carnet, pero después haré lo que yo quiera”. Y así fue. Finalmente, el potencial peligro del binomio “madre cholula-hijo famoso” ha resultado “genial”, según Listorti. “Mi vieja me hace las devoluciones más efectivas que pueda recibir. Siempre que empezaba un programa o terminaba una emisión la llamaba a ella para saber cómo lo había visto, qué opinaba, cuál era su sugerencia. Porque más allá de tirarme su típico: ´¡¿Pero qué le pasaba a ese tarado?!¡¿Está mal de la cabeza?!´, por algún invitado que no le caía en gracia, siempre supo disociar nuestro vínculo de mi rol. Sin piedad. Y eso es lo que está bueno”.
Entre Playmobils y MatchBox siempre había historias en ese patio y la presencia remota de una hermana mayor. Sí, porque José María es el segundo hijo de los Listorti. “María Fernanda (60) y yo nos llevamos 10 años, por lo que la bola que podíamos darnos fue naturalmente poca”, cuenta con gracia. “Yo era demasiado chico cuando ella comenzó a vivir su adolescencia. Hasta que alguna vez, en el 85, fue a bailar al Bauen, conoció a un flaco misionero y se enamoró. Al principio fue la clásica: ´Voy un fin de semana y vos venís el próximo´. Pero muchos micros después, finalmente consiguió un pase laboral y se fue a vivir con él a Posadas, donde hoy tiene un local de ropa y dos hijos: Tatiana, que es maestra jardinera, y Juan Cruz, un muy buen médico”, cuenta.
En definitiva, José María estaba demasiado inquieto por salir a escena. Y en aquel entonces, Carlitos Balá (1925-2022) lo empujaba fuerte. “¡Yo quería ser como él!”, relata. “Con el tiempo me di cuenta de que esa fascinación que sentía tenía que ver con el hecho de que él era capaz de hacer reír a mi abuela, a mi viejo y a mí. O sea, a tres generaciones con un mismo chiste. Imposible no necesitar imitar ese poder”, reflexiona. “A mí me gustaba hacer reír. Nunca fui líder, ni mucho menos del grupo de ´Las divinas´. Jugando al fútbol era pésimo y lo pasaba tan mal en la cancha que encontraba en el humor ese canal para entrarle al grupo en cada post partido”, asegura.
Así nació Ramona, un personaje inspirado en aquel de Lino Palacio. El primer rol de su vida. “Tenía 11 años, y cada tanto lo interpretaba en scketches improvisados en el aula del colegio. Después, lo hice durante la última hora de cada viernes. Hasta que la bola se corrió tanto que, una vez por mes, alumnos y profesores se reunían en el salón de actos para ver las funciones”, recuerda. “Yo me daba cuenta de que lo hacían para perder horas de clase, pero a mí me encantaba”.
La rutina, que no escaparía a la secundaria, fue creciendo tanto como la influencia de otro humor que colonizó su adolescencia. Para mediados de los 80, José María le había dado una vuelta a su devoción por Les Luthiers. Pasó de ser un seguidor-coleccionista a dar tributo en los escenarios del Copello. “Con algunos compañeros conformamos un grupo llamado Les comédiens, con los que hacíamos sketches que además nos sirvieron para juntar los fondos de nuestro viaje de egresados”, cuenta.
Tenía 18 cuando en la puerta del Teatro Coliseo interceptó a Daniel Rabinovich (1943-2015) para decirle: “Soy muy fanático de ustedes pero hay muchos de sus números que figuran en el libro que editaron y que yo no conozco. ¡Me vuelve loco! ¿Dónde puedo encontrar todo ese material?”, cuenta. A lo que el humorista respondió: “Eso tenés que hablarlo con Carlos Nuñez Cortés (80)”. “Doy con él. Nuñez Cortés me anota el número de teléfono de su casa y me dice: ´Llamame´. Pensé: ´Este tipo me está boludeando...´. Una semana después me atendió: ´¡Ah, sí! ¿Cómo andás? ¿Qué día querés venir? Yo te muestro lo que quieras´. Al sábado siguiente compré las facturas y me le aparecí. Entré, vi el piano en el living, su hijo en la pileta... ´¿Por dónde querés empezar?´, me preguntó. “Humor dulce hogar” (1985). “Perfecto”. Lo pone. ¡Yo no lo podía creer!”, recuerda.
“Incluso le mostré los shows que hacíamos con los chicos emulando los suyos y les encantaron. Charlamos largo y antes de irme se ofreció a grabarme en casetes los audios de varios de sus espectáculos. Y me fui con la promesa de no mostrárselos jamás a nadie. Para mí era un tesoro invaluable”, relata. “Es el día de hoy que seguimos charlando y hace poco nos juntamos a comer, porque nos queremos mucho”.
Le hace gracia leer en las reseñas de la red que su carrera comenzó en Seis para triunfar, el ciclo de preguntas que Héctor Larrea (84) conducía en Canal 9 a finales de los 80. Aún así conviene que fue “un buen debut televisivo” más allá del pudor de esa memoria. “Un día el profesor de Educación Cívica llegó diciendo: ´Tengo un contacto que puede facilitarnos participar en el programa. Lo que ganamos irá directo al hogar de las monjitas de Zárate´, con el que solíamos colaborar los días sábados. ´¿Quién se ofrece?´, preguntó. ¡Y me tiré de cabeza!”, cuenta.
“Me acuerdo que al entrar a esos estudios tuve la misma emoción indescriptible que había sentido tiempo atrás en los sets de Mesa de noticias (ATC, 1983-1987), algo que me marcó fuerte. ´¡Dios, esto es lo mío! ¡Es acá donde quiero estar!´, pensé. Es el día de hoy que al pisar un estudio de televisión hay algo orgánico que se activa en mí”, relata. “Automáticamente me siento bien. Me hace bien”. En fin. La trayectoria de Listorti se ha basado en la interpretación. Un arte que, en términos de currícula, supera en números concretos a la conducción. Hizo performances actorales en 13 ciclos y/o segmentos (inclusive en tres películas de su producción), y fue anfitrión en otros 11.
La pregunta es, entonces: ¿por qué estudiar locución? “¡Porque quería hacer reír!”, dispara instalando el desconcierto. “En los 90 no había cursos ni talleres de stand up y la única forma de titularte como actor era a través del Conservatorio de Arte Dramático. ¡Ni loco! Me parecía una embole estudiar Shakespeare o Chéjov para ser un comediante”, relata. “Después de todo, Juan Carlos Calabró (1934-2013) también había sido locutor. ´¿Quién te dice?´ -pensé-. Entro a trabajar a un canal, alguien se da cuenta de que soy gracioso y así empiezo a moverme’. ¡Y más o menos, así me salió!”.
Todavía estudiaba en el COSAL (Comunicaciones Salesianas) cuando renunció al kiosco de diarios y revistas de su padre. Sí, porque a mitad de camino José Miguel se vio obligado a un brusco volantazo. “Todavía recuerdo esa conversación”, cuenta Listorti. “Llegó mi viejo muy preocupado y me dijo: ´¿Podés creer? ¡Van a abrir un Coto justo a la vuelta!´. Fue imposible competir con las grandes cadenas y el asunto no anduvo más. La carnicería se fue a picada. Entonces vendió el auto, reunió algunos ahorros que tenía y abrió el puestito en el que trabajé desde los 18. Me levantaba al alba, armaba los diarios y hacía el reparto”, cuenta.
Pero siete meses después apareció la primera oportunidad laboral en Rock & Pop. “Papá entendió que ya era tiempo de mi vocación y no hubo más que apoyo incondicional”, señala. Así comenzó, en las huestes de Mario Pergolini (58), en dupla infalible con Freddy Villarreal (53), por entonces su compañero de estudios. Y en esa misma emisora se enteraría, a través de la locutora de Bobby Flores (63), una tal Marcela Fudale (60), que VideoMatch abría casting para nuevos humoristas. Su historia estaba a punto de ser otra para siempre.
Solo fueron 10 años en su haber mediático, pero las cámaras ocultas que protagonizó se instalaron tan fuerte que sobreviven a generaciones como material de consumo masivo (y hasta de culto) en canales de YouTube. Aún así, él se resiste. “Por lo general me niego a ver cualquier cosa que haya hecho”, revela Listorti. “Pero puntualmente ese tipo de material no me gusta para nada. Me pone muy nervioso. A la distancia, me incomoda ver cómo incomodo a otros. Inclusive hoy, si tengo que hacer una broma por el estilo, enseguida me sale: ´¡Es un chiste, es un chiste, es un chiste!´. Me cuesta sostener la situación. Ya no puedo”, cuenta.
En nombre del humor ha hecho demasiado. Haberse desnudado por completo es algo que lo “avergüenza”, tal vez al límite del arrepentimiento. Pero hay algo que recuerda con desdén: “Odiaba hacer El jugo loco”, dice respecto de la broma en la que fingiendo un “desafío del sabor” en supermercados, lograba que la gente tomase una bebida repugnante. “Pero a una de las hijas de Marcelo (Tinelli, 62) le divertía y no me quedaba mucha opción”, suelta con gracia.
Ha tenido que pedir disculpas, sí. No obstante es defensor de ese ejercicio sin demasiados miramientos morales. “El humor, como cualquier otra expresión artística, no debería tener límites”, afirma convencido. “El músico, el poeta, el pintor y el autor de la novela policial más cruda, no se limitan en sus obras. ¿Por qué los comediantes deberíamos hacerlo? ¿Un chiste hiere más que una escena de violación en cine?”, reflexiona. “Ojo, no lo critico. Lo pienso en voz alta: ¿cuál es la lógica? Polémico. Fijate lo que está pasando con División Palermo (Netflix). ¿Por qué tiene éxito? Porque demostró que es posible hacer humor con un personaje en silla de ruedas, con uno no vidente y hasta con el racismo. Últimamente estamos tan políticamente correctos con la comicidad... ´No, esto no. Aquello no. Eso tampoco. A ver si herimos a éste o al otro...´. Y de repente, ante alguien que se anima, se siente cierto alivio: ´¡Qué bueno que alguien lo hizo porque estábamos tan boludos!´”, señala. “¿Cuándo un chiste debe dejar de hacerse? ¿Qué número de gente ofendida bastaría para la cancelación? ¿Con una sola persona es suficiente? ¿Si te digo que la escena de abuso de tal película me incomodó, se baja de cartel?”, plantea. “Pero sólo pareciese generar polémica en el terreno del humor”.
Dice que no encuentra respuesta a qué hubiese sido de su vida sin el humor, “porque desde que tengo uso de razón peleé por esto”, cuenta. ¿Y de su carrera sin Tinelli? “¡Hubiera seguido con Pergolini!”, bromea. “A Marcelo le debo todo, como otros muchos a los que apostó siendo desconocidos. Y eso no se olvida jamás”, asegura. Sin embargo, a lo largo de 29 años dejó su estructura en dos oportunidades. La primera en 2005, “cuando ese humor se me hizo demasiado mecánico”, explica. “Me desanimó que todo fuese tan sistemático: si salía Padre Coraje (2004), hacíamos Padre Carajo. Y tenía imperiosa necesidad de quebrar, de encarar algo distinto. Así que me senté con él y fui claro: ´Quiero saber cómo es jugar al truco sin el ancho de espadas´. Porque es fácil laburar en un programa de 30 puntos de rating. Después de todo el público era de él, no era nuestro. Entonces sentí que debía experimentar cómo era ´el mundo sin Tinelli´”, relata.
Así llegaron las conducciones de Suerte animal (ElNueve), TVR (América) y las actuaciones en Casados con hijos (Telefe), Palermo Hollywood Hotel y No hay 2 sin 3 (ambos de ElNueve). Pero en 2007 regresó. “Imposible no hacerlo, por ese entonces Ideas del Sur producía todo lo que puedas imaginar. Y debo agradecer que me ofrecían todo formato que les ocurría”, recuerda. Pasarían más de 14 años (y 13 ciclos) hasta el portazo final. A mediados de 2022, José María decidió desprenderse de LaFlia. “Impulsado, otra vez, por la necesidad de saber dónde pararme”, aduce. “Volví a sentir lo mismo: ´¡Estoy cansado de todo esto, hagamos otra cosa!´. La productora no tenía más ofertas, de hecho ahora no está produciendo. Entonces, listo. Después de tanto tiempo, sus intereses y los míos habían dejado de ser compatibles”, explica.
Tinelli no estaba en Buenos Aires cuando Listorti se desvinculó de su compañía al finalizar el ciclo Súper súper (ElNueve). Y la “charla despedida” llegó meses después, casi por casualidad. Fue mientras José María rodaba su participación en ATAV 2 (Tierra de Amor y Venganza) en los mismos estudios de Don Torcuato en donde Marcelo grababa Canta conmigo ahora. “Entré al estudio para sorprenderlo y luego conversamos en su camarín. Son tantos años y hemos pasado tanto, que no nos hace falta hablar demasiado. Ni siquiera explicar los motivos. No hay segundas lecturas, sabemos bien quiénes y cómo somos”, relata.
No admite verlo sin pantalla. “A mí me parece que hay figuras que jamás deben faltar en la televisión. Y más él, que de todos los grandes ha sido el único, tal vez por demasiado apasionado, que apostó a formatos diarios. Susana ya ni aparece. Mirtha, sólo los sábados. Suar, cine y teatro. ¡Él hace años que se mete en un estudio todos los días de su vida!”, destaca. “Después nos quejamos de una tele barata y sin números uno. Pero cuando están, se los trata para el orto. ´¡Qué feo esto! ¡Qué porquería lo que hace!´. Pero si lo criticamos a Messi, chicos, ¿por qué no hacerlo con cualquier otro, no?”, sentencia. “Los levantamos, los levantamos y cuando están bien arriba, los hacemos mierda: ´¡No, no! ¡Ya te dimos mucho, te bajamos!´. Muchos detractores se llenan la boca diciendo: ´Hace siempre lo mismo´. Y no. Los invito a recorrer sus últimos 30 años: no hay una década en que no haya innovado. Él siempre cambió. Siempre marcó el pulso de la televisión argentina”, señala.
“Y lamentablemente no se lo cuidó ni se lo respetó. Lo digo también por el canal, que en los últimos tiempos, en vez de proteger a su figura y decir: ´Che, sos Tinelli, ¿qué necesitas para reforzarte?´, lo corrían de horario hasta dejarle 15 minutos. Y es tanto lo que él disfruta de este medio y de la competencia, que cuanto más tiempo de aire le quitaban, más fuerza de producción ponía”, marca. Coincide en que, más allá de cualquier tratamiento, “en la televisión de hoy quien no es Gran Hermano, ya no mide como antes” y que “las nuevas generaciones van tomando su lugar”. Pero aún así insiste: “Marcelo seguirá siendo El Uno, en la posición en la que esté”.
A fin de cuentas, su decisión ha sido un acierto. “Estoy transitando un gran cambio en mi carrera, en mi vida”, anticipa. Habla de un abanico profesional que se ha abierto con el replanteo de su tiempo fuera de aquella estructura. Además de estar al frente de Re tarde (Pop Radio 101.5), volvió a la actuación con una participación de nueve episodios en ATAV 2 (muy pronto por ElTrece), bajo la piel del ventrílocuo Miguel Villalobos, quien regresa en busca de su hermana, la vedette Mónica Villalobos, interpretada por Andrea Rincón (37). La trama contará que al enterarse del triunfo de la diva en Calle Corrientes, el actor intentará su perdón tras años de distancia por ser el culpable de un pesar que la atormenta: haber perdido no sólo al hombre de su vida, sino también toda esperanza de volver a enamorarse.
Con esa participación especial dice acercarse a un gran pendiente en su historial: “Un personaje de tira que me exija ir todos los días a grabar durante un año”, señala con el entusiasmo de un novato, tal vez una gran clave en este camino. “A mí me gusta pasar por esta carrera tildando todo. ¿Hiciste cámaras ocultas? Hice. ¿Imitaciones? Hice. ¿Bailaste? Sí. ¿Cantaste? También. ¿Fuiste actor de teatro? Claro: de revista, comedia y vodevil. ¿Condujiste magazines? Lo hice. ¿Realities? Por supuesto”, repasa. “No me gusta encasillarme ni decir ´no´ a nada”, subraya. “Yo hago todo porque de todo aprendo y en todo imprimo el humor”.
Es así que asoma una anécdota hilarante respecto de ese juego que menciona. “Una vez fui contratado para ser de invitado en una boda”, relata. “Alguien me llama y me dice: ´Salió un casamiento´. ´Ok. ¿Hay que conducir? ¿Hay que imitar?´, pregunté. ´No, tenés que hacer de invitado. Vas a estar sentado en una de las mesas y el anfitrión va a recibirte y a saludarte como cualquier otro. Vos hacé de cuenta que se conocen de toda la vida´, me explicaron. Y así fue”, recuerda Listorti. “Entré y ´¡Hola! ¿Qué hacés?´, a los abrazos. Entonces arranqué. ´¡Uh...! ¡Éste, de chiquito, no sabés lo que era!´; ´Una vez, jugando al fútbol... y blablabla’”, relata. “Así fue largando miles de anécdotas que nunca jamás existieron. Pero para eso me pagaron, es lo que el tipo quería. Al fin y al cabo, yo vendo alegría”.
El nuevo gran desafío llegó poco antes del pasado noviembre. “Todo esto tiene que ver con Guido Záffora (35). Desde que lo conozco, siempre me insistió: ´Vos tenés que hacer comedia musical´. ´¿Te parece? Yo no soy del palo...´, le decía. Pero indudablemente no le importó demasiado, porque un día me llamó y me dijo: ´Acabo de cruzarme por la calle a la productora del musical Matilda. Me contó que iniciaron el casting y te propuse para el rol del papá´. `¡Estás loco!´, le respondí. A los días me llamaron para enviarme el material. Me contacté con Hernán Kuttel, mi coach vocal, con quien entrené la canción, y me presenté a las audiciones como cualquier otro aspirante. Porque no es un ámbito en el que tenga amigos, ni siquiera conocidos”, cuenta.
“Fue nada más ni nada menos que frente Ariel Del Mastro (60), el director. Primero canté. No soy Patricia Sosa (67), pero creí haberme defendido bastante bien. Después me pidieron que interpretara el fragmento de texto. Al terminar me dice: ´Me gustaría que lo hicieras con un poco más de enojo´. Okey, vamos. ´¡No, enojate más! ¡Insultala! ¡Decile barbaridades!´, me exigió. ´¿Pero cómo...? Es una nena de 9 años´, interrumpí. ´¡Enojadísimo!´, remataron. “Empecé a insultar como nunca en mi vida. Lo habré hecho, sin exagerar, 14 veces. Terminé desfigurado, todo transpirado. Me fui del casting casi a gatas”, recuerda. “Y el 20 de enero me dieron la noticia de que había quedado”.
El musical, basado en el libro de Roald Dahl que es aplaudido en el mundo desde hace 12 años, se estrenará el próximo 1 de junio sobre el escenario del Gran Rex. Listorti será Mr. Wormwood y compartirá la paternidad de la protagonista con Fernanda Metilli (32), y el escenario, entre otros 23 artistas, con Agustín Soy Rada Aristarán (35), como la temible Mrs. Trunchbull (Tronchatoro), Laura Fernández (32) en el rol de Mrs. Honey y Catalina Picone en el de Matilda. “Jamás había hecho audiciones y me asombró lo que fui capaz de sacar en esa instancia. Mientras yo creía que lo que estaba haciendo en aquel intento no terminaría de gustarles, ellos estaban poniendo a prueba mi versatilidad. Un parámetro personal que ni yo conocía”, concluye.
Bromeamos respecto de la PyMe en la que ha sabido convertir sus redes sociales. Tal vez a fuerza de pandemia se abrió no sólo “a un código distinto de humor” sino también “a un lenguaje que aún voy descubriendo”, como dice. “Tan distinto al de la tele que son casi incompatibles”. Sí, este nuevo aprendizaje tuvo que ver con “mucho de error, intento y observación”, pero además con una “socia” imprescindible: la correntina Mónica Andrea González Merlo (42), con quien comparte la vida desde hace 18 años. “Ella es la guionista, la coreógrafa, la musicalizadora, la realizadora general de la mayoría de los contenidos que publico”, cuenta Josema. “Y está en un gran momento, muy motivada y eso me entusiasma. Cursa el quinto año de teatro con Claudio Tolcachir (47) y prepara una obra para exponer en Timbre 4. En fin... ¡Esto es una familia de artistas!”, dice con gracia.
Hablamos sobre la solidez de su pareja y de una “magia” que comenzó en el verano marplatense de 2005, sobre el escenario de la revista El fondo puede esperar, en el que ella era vedette y él hacía lo suyo junto a Moria Casán (76) y Nito Artaza (63). “Yo estaba dispuesto a ser soltero de por vida. Jamás me imaginé casado, porque la famosa comezón del séptimo año a mí solía agarrarme a los 13 meses”, cuenta. La primera vez que la vio, fue en el gimnasio en donde ensayaban. La imagen fue inolvidable: “Flavio Mendoza (48) la cagaba a pedos exigiéndose que se moviese más”, recuerda. Él jamás imaginó que “esa morocha tan callada pero impresionante” aceptaría una salida. Y ella comenzaba a descartarlo “después de haber espiado cómo canchereaba con dos chicas que le habían pedido fotos”.
Siete años después, y con un hijo de 2, daban el sí, quiero. “¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo explicarlo? Mónica me hace feliz, tan simple y difícil como suena”, asegura. “Me divierte estar con ella. No hubo día en todo este tiempo en que no terminase de trabajar con imperiosas ganas de llegar a casa. Nada disfruto más que un momento de mates juntos. Podemos estar proyectando cosas o simplemente en silencio, pero siempre uno al lado del otro”.
Bruno Listorti ya tiene 9 años y Franco, de 13, acaba de iniciar la secundaria en el mismo colegio que papá. Y en tren de aquello que lo ocupa en términos de su educación, José María coloca un gran tema en el top de la lista. “Las charlas se van haciendo cada vez más habituales. Y además de que entiendan que la vida no es sólo esto que se vive en casa. Que no siempre podrán cambiar el celular o comer hamburguesas porque se les antoje. Que no todo será así de fácil. A mí me ocupa y me preocupa el qué será de ellos al crecer en un país tan endeble a nivel económico y socialmente tan complicado”, sentencia.
“Me preocupa que salgan a bailar y peleen con alguien o que sufran por inseguridad en esta sociedad tan violenta, intolerante en la que todo es buen motivo para cagarse a trompadas, para enfrentar y para herir al otro”, señala. “La actualidad de la Argentina me lastima. La grieta me desquicia. No me gusta cuando el kirchnerista no ve nada malo de Cristina (Fernández, 70), ni el macrista nada malo de Macri (Mauricio, 64). Creo que eso es lo que nos lleva al 50% de pobreza, al 100% de inflación y los 65 tipos de cambios del dólar”, dice. “Ya no hay respeto entre nosotros. Ni en la política ni en la calle. La foto social de este país no me gusta para nada. Me duele. Eso sí que logra sacarme el humor”.
El 4 de marzo cumplió 50. Sí, “tal vez quisiera más cine y viajar para conocer las pirámides de Egipto, recorrer Turquía y ver todo lo que se estrene en Broadway”, como dice. Pero no lo pondría en términos de “pendientes”, porque no es de hacer balances. Josema elige volar bajito. “No registro habilidades de las que jactarme y mis grandes planes son comer mis amigos las noches de jueves, ir con Moni al cine y jugar a la Play en el living de casa”, cuenta. “Y una vez me tomé tres semanas de vacaciones para recorrer la ciudad. Visité el Planetario y caminé la Calle Corrientes como un turista más. Fue hermoso”, recuerda.
“Estoy al día con mi historia, en paz con mi pasado, mi presente y mi futuro. Tengo más de lo esperaba. Una familia, cuando ni siquiera la imaginaba. Dos hijos hermosos y, por sobre todo, muy buenas personas. Una carrera que al revisarla me contenta. Y la lindísima sensación de que, después de esta gran apuesta, hay muchas más puertas que me esperan”, enumera. “No tengo grandes pretensiones en esta vida, simplemente la transito con tranquilidad. Y esa, quizás sea la clave de por qué soy tan feliz”.