¡Vamos a Zimbabue a cazar un león a la huella! (I) - Cazawonke - CAZA y SAFARIS

2023-03-16 17:34:01 By : Ms. Jenny Guo

Revista de Caza – Noticias – Monterías

Siguió con unas situaciones de extremo peligro, tanto para los cazadores, como para los profesionales y acompañantes, incluida una estampida de búfalos contra uno de los grupos y la carga de más de veinte leonas contra las personas. Posteriormente y tras un ataque de los leones a un poblado que produjo heridas gravísimas a dos personas y una distocia social muy importante, evidenciamos una situación de riesgo vital para una sociedad que vive anclada 4.000 años atrás, y que nos produjo un severo impacto personal, vital.

Joan y yo somos cazadores. De toda la vida. De críos, arreábamos con el morral del padre. En aquella época de posguerra (entonces no entendíamos de depresiones sociales) la caza estaba quizás, bien vista socialmente. Los domingos, cuando la veda estaba abierta, cazábamos desde las primeras luces hasta la hora de comer. En El Catllar. Donde hoy hay un sembrado inacabable de urbanizaciones. Había perdices entonces. Padre era un aficionado empedernido a la perdiz. Tenía mucha picardía y había pisado muchos terrones con sus botas. Frases como: «De un palo de escoba, salieron siete balas», para tener respeto a las armas de fuego, hasta: «La perdiz muere allá donde nació», las conocíamos todas.

No sabemos como pero han pasado los años. Muchos. Ya contamos más de sesenta los dos. De la caza de la perdiz, pasamos a la del guarro, en la década de los setenta. Las perdices habían desaparecido del mapa y el coste de la perdiz brava, en épocas de gasto familiar exagerado, era impensable. Después hemos vuelto y, con mayor o menor esfuerzo físico, lo seguimos haciendo. Siempre, siempre con ‘perdiz salvaje’.

Pero, de aquella época del cerdo, nos ha quedado el gusano de ‘la mayor’. Y también lo hemos seguido haciendo. De los Montes de Toledo a Bulgaria, de Namibia a Turquía, hemos recorrido una buena cantidad de destinos. Joan centrado en el jabalí, parientes y búfalos y yo, con todo tipo de trofeos. El búfalo de El Cabo y el suido, además de la perdiz de la Segarra y la codorniz del Urgell, nos une. De hecho, llevamos toda una vida cazando juntos.

Hace un par de meses, un relámpago ‘atravesó las ventanas’ de casa de Joan. Nos hemos ‘quemado’ todos.

En caliente, Joan dijo: «¡me voy a cazar un león a la huella y un gran búfalo, al lugar más salvaje que exista!». A mí, que me cuesta poco entrar al trapo, y sólo falta que me jaleen… le dije: «¡Yo te acompaño. Cazaré además, un gran búfalo, dos facocheros de más de 30 centímetros y, si se me presenta un gran ejemplar, cazaré un sable…!».

Encorajinados enviamos a las orgánicas correos electrónicos y llamadas telefónicas. Pienso que algún teléfono se fundió por exceso de uso… Con la tantas veces cacareada ‘crisis’, no ha habido problemas para montarlo casi de urgencia. Finalmente hemos contratado con una empresa nacional, de las más prestigiosa, el safari games en el noreste de Zimbabwe, en la cuenca del río Zambeze.

Ambos, ya hemos cazado en Zimbabwe con distinta suerte. Joan y familia, en el 94, estuvo en el Matetsi. Cazó un gran búfalo y algún facochero. Hizo turismo en el Hwange, la isla Fathergil y las cataratas Victoria. Yo cacé en 2008 un búfalo joven y un bushpig en el oeste. Visité Victoria Falls y me encontré con una situación políticamente crispada y con una crisis social importante.

Tengo la sensación de que cada vez las cosas se ponen más complicadas para viajar al África austral. Vacunas, profilaxis, lociones antisépticas, Malarones, repelentes de mosquitos, potabilizadores de agua, alertas por las aguas de ríos y estanques, llenas de filariasis. Papeles para las armas, tipos de munición que nos hemos de llevar. Donde carajo ponemos el cuchillo… ¡Ufff!

De golpe, empieza el baile de informaciones de los amigos cazadores y no cazadores. La recepción y visualización de grabaciones del dichoso YouTube. Consejos de expertos y neófitos de aquellos que-lo-saben-todo. «Alerta con las leonas que rodean a menudo a los grandes machos…», dicen personas a las que les estremece acercarse a un gato casero.

Pagos aquí y allá, con bancos extranjeros de por medio. El día de la verbena de Sant Joan nos vamos. La pasaremos en el avión, la verbena. Volamos con Air France desde Barcelona a París, y de París a Johannesburgo (¡Mundial de Fútbol!). Con la British, desde Johannesburgo hasta Harare. Y con una avioneta privada, desde Harare hasta el lodge.

Queda menos de una semana. Aún he de impregnar con Permetrina la ropa de caza… Que nervios.

Empieza la odisea del viaje. A media mañana, un taxi me recoge en Tarragona y me traslada a casa de Joan en Barcelona. Llevo una caja con el rifle como es preceptivo, una maleta y una mochila. También una caja metálica con la munición. Cuarenta balas. Esta caja la puse dentro de la maleta por que desde la orgánica me han contado que si consigo que la Guardia Civil me pueda precintar con el ‘ZZ’ la maleta entera, me ahorro un bulto y, de cosecha propia, el convencimiento de que el equipaje tiene muchos menos números de perderse.

Al poco rato de llegar a casa de Joan, ha llegado de Madrid con el AVE, el cazador profesional de la orgánica de Madrid que nos acompañará todo el viaje.

Comimos en un restaurante de Sarriá y nos desplazamos al aeropuerto con tiempo suficiente para hacer la farragosa tramitación de las armas. Nos hemos salido bastante bien. Hemos conseguido que nos precintaran la maleta entera con la munición dentro.

El viaje, sin que haya habido ningún conflicto, ha sido pesado. Con Air France hemos viajado de Barcelona a París y de París a Johannesburgo. Días de fútbol. Un buen número de forofos españoles y de otros países, ponen ruido y color al viaje. Desde Johannesburgo, con British Airways, a Harare. Y desde Harare, con una avioneta Cessna de un motor (cada motor de más cuesta una pasta) hasta la puerta del campamento, al norte de Harare, en la cuenca del río Zambeze.

La región se llama Dande (Dundee) Sur, y está limitada al este con Mozambique, al oeste con otra área de caza llamada Chewore y al norte con Dande Norte que, a su vez, limita al norte con Zambia. Dicen que tiene una extensión de 400.000 hectáreas. Probablemente (y según reza la bibliografía consultada), ‘sólo’ son 250.000 hectáreas.

Mientras nos acercábamos con el adminículo aéreo, hemos observado que se trataba de un terreno ondulado alternando con la planicie del valle del río, inmensa. El campamento está en medio de una arboleda más que considerable. Es sencillo y confortable. Todavía no hemos descargado los bultos, ya nos han contado mil historias que nos han entusiasmado.

Plan para mañana: probar los rifles y luego salida para cazar un par de hembras de búfalo con idea de montar los cebaderos de león.

El anfitrión del campamento es el professional hunter (PH) que acompañará a Joan. Se llama Roy Ludick, tiene 36 años. Ya hablaremos de él.

El campamento se llama Murara. Es grande. Consta de una sala común con comedor y barra de bar. Anexo hay un fuego de campamento y una barbacoa.

Las viviendas de los clientes/cazadores son grandes y cómodas. Hay tres próximas y tres más lejanas. Las próximas –que utilizamos– son de obra y tienen por ventana un agujero con una mosquitera. Baño completo, telas mosquiteras retractiles en cada una de las dos camas. Por la noche hemos pasado mucho frío (es invierno aquí). Por dentro de la cabaña, se pasean alguna salamanquesa, algún dragón y unas cuantas arañas grandes como huevos fritos. Cuando los leones o los leopardos se pasean por las inmediaciones hasta rozar las paredes de la cabaña, la sensación es ‘de armas tomar’ y nunca mejor dicho. Los alojamientos más lejanos tienen de obra el baño y de lona la vivienda/dormitorio. La proximidad de los carnívoros debe de ser escalofriante. De buena nos hemos librado…

Hay una vivienda para los profesionales y los estudiantes de PH. Hay otra área con la cocina y un huerto. Hay unas tiendas de lona para los trackers. Un área para la preparación de los trofeos y frigoríficos y otra de talleres para, entre otras cosas, arreglar los coches.

A media tarde llegó Butch Croton, el PH que me acompañará. 45 años, adusto… Ya hablaremos de él.

Nos sorprendió la sofisticación alimentaria de la primera noche. Aperitivos anglosajones y cena con crema de verduras seguida de carnes de búfalo, kudu e impala. Verduras variadas y puddings. Un Merlot sudafricano excelente. Cafés y el GT.

Hicimos un fuego de campamento enervante. Nos contaron que había una hembra de leopardo con dos crías, que vivía en las cercanías del campamento y que sin duda veríamos.

Nos acompañaban en la conversación y en la cena, tres jóvenes en prácticas de PH. Había dos ‘senior’, Sean y Keith, y un ‘junior’, Tyrone. Contaron que aquella era una carrera dura, con cinco años de universidad y tres de prácticas en áreas de safari. El examen final (oímos varias versiones) consiste en cazar un elefante mientras te está cargando y montar un campamento completo con elementos esenciales muy escasos… Ciertamente más adelante se verá el protagonismo de estos personajes muy comprometidos y realmente especiales.

Tocan diana a las 05:15 horas. El desayuno fue pactado la noche anterior –brillante–, y al campo… Este inicio de día se repitió durante todo el safari.

Para quien no esté avezado, contaré cual es la unidad de safari 1×1. Consta de: el cazador, el PH que es el propietario/depositario del permiso de caza. El tiene la potestad de elegir la pieza a disparar. Te protege y te proporciona comodidad, comida y bebida. Dos pisteros (trackers) de color. Una pick-up, generalmente Toyota. Eventualmente, puede añadírsele: un guarda del gobierno (aquí sí), un aprendiz de PH (aquí también) y si llevas algún tipo de acompañante, se puede añadir o no al equipo.

Salimos hacia el campo de tiro para probar los rifles. Nos pusieron dianas a 50 metros. Yo fui el primero. Rifle Steyr Mannlicher .375 H&H. Munición Norma Swift A-Frame. Dos disparos ligeramente altos y a la derecha. Mi PH hizo la corrección mínima de la mira telescópica. Un tercer disparo a dos dedos a la izquierda del centro de la diana. Pequeña nueva corrección de la mira y… Ya está bien. No hace falta probar más.

Le toca a Joan. Rifle Blaser R93 .375 H&H. Munición Norma Swift A-Frame. Dos disparos en el centro. Correcto.

Le toca el turno al profesional. Con cierta parsimonia retira la mira telescópica, realiza dos disparos y no da en el blanco. Mira con cara de resignación y dice « Bueno, ya lo pondremos a tiro más adelante…». Montamos en los dos pick-up, y a cazar…

Salimos al norte, Butch conduce y yo voy en la cabina con él. Cruzamos media docena de frases cada uno y luego quedamos concentrados en la caza. Llegamos a una zona de pequeños poblados de dos o tres cabañas cada uno. Se trata de grupos unifamiliares o poco más. Las cabañas son de adobe con la cubierta de paja. Alguna más sofisticada, se observa que se construyó con ‘ladrillos’, aunque de ladrillo sólo tienen la forma. No están cocidos en horno, sólo secados al sol.

Estos pequeños poblados, de los que hay decenas, están en este momento rodeados de cultivo de algodón. Para protegerlos de búfalos y elefantes (en otra época del año, hay cultivos de maíz, preferidos de los paquidermos), hay un alambre de espinos que los búfalos ni ven. Cuando pasa la manada, arrasa con cultivo y todo tipo de alambradas. Con los búfalos, viajan sus acompañantes asiduos. Los leones. Más adelante hablaremos largo y tendido de ellos.

Francamente me sorprendió que anduviéramos por una zona tan poblada, con personas yendo de un lugar a otro, buscando animales tan peligrosos. Bueno, era el primer día. El objetivo se nos había dicho que era la caza de la hembra de búfalo para poner cebo al león… Yo al menos, esto creía.

A todo esto, desde un poblado, nos llaman para que veamos unas pisadas de león. Las primeras. Cuentan que se han paseado esta noche por allí. Seguimos. No entiendo nada.

Súbitamente, el PH detiene el coche. Pisadas de búfalo por todas partes. Junto a un campo hay una alambrada arrasada. Pie a tierra y a pistear. Por delante va un tracker, después el PH, detrás voy yo. Por caminos laterales van otros dos trackers y por detrás el guarda del gobierno. Pisadas y más pisadas. La manada se detiene de vez en cuando para comer. Entonces hacen deposiciones que leen perfectamente los pisteros. En función de la consistencia y la presencia de orina, determinan la ventaja que nos llevan. En un momento dado, el primer pistero señala hacia delante, y pasa a la tercera fila. El PH lleva un bote con polvos de talco que lanza de vez en cuando al aire, para ver la dirección del viento. De pronto se detiene. Los tenemos a 40-50 metros. Yo no los veo. Me obliga a hincar una rodilla al suelo y… a esperar. A los 15 minutos, me hace reptar detrás de él. Se para. Ya los veo. Me dice que son hembras (¿?). Parados más de veinte minutos. Los búfalos empiezan a moverse… y se van.

Vuelta a empezar con el pisteo. Vamos cogiendo experiencia en pisar las heces y en levantar los charcos de orina con una rama, para ver la consistencia y aventurar la ventaja que nos llevan. Vemos huellas de leones con las de los búfalos. El PH va llenando el cielo de pequeñas nubes de talco. Tuerce el gesto. Remolina el aire. «Mal asunto», comenta. Damos un rodeo y… ya los volvemos a tener aquí. Rodilla al suelo. Mucho rato –un daño…–. Los tenemos delante. A menos de cuarenta metros. Los prismáticos van que vuelan. A mí me coloca detrás de un baobab. Al menos puedo estar de pie. Rato y rato. Tanto, que se van. «Están agitados», me dice. Vuelta a pistear. El aire remolinando, nos hace dar vueltas y vueltas. Al final los búfalos ‘nos cogen el aire’ y se van. Butch atribuye la inquietud de la manada por la persecución a la que se ve sometida por los leones. «Hay muchos».

Vamos a la pick-up y me ofrecen bebida fría y un bocadillo de pan hecho en el mismo campamento –tipo brioche– con revuelto de huevos y panceta. Estos bocatas, con distinto contenido, nos han acompañado todo el safari. Butch me explica que, por la tarde, seguiremos otra vez a los búfalos. «Ahora hay que dejarlos tranquilos», dice. Me cuenta que, si se presenta la oportunidad de abatir un gran macho (un bull), no la vamos a dejar escapar. No se le ve intención de perder el tiempo con las hembras.

Hace mucho calor. Vamos por los caminos correteando, hasta que volvemos a la zona de los minipoblados. El PH detiene bruscamente el auto y me enseña una manada de babuinos que está robando el grano de un poblado en el que no hay nadie en este momento. «Esto es muy peligroso. Hay que darles un escarmiento». Saca el rifle de la funda, me invita a hacer lo mismo y antes de que me de cuenta, le ha soltado un pepino del calibre .458 al mayor de los simios. Nos acercamos y vemos sangre. Empieza el pisteo. Aquí una gota, aquí otra, otra más adelante… hasta que le ven. Sigue caminando y va soltando contenido gástrico de maíz. Finalmente, lo tenemos a no más de cinco metros. «¡Dispara, dispara!», me dice.

Con más vergüenza que ánimo, le suelto un disparo a bocajarro. Seco. Lo recogen dos trackers y lo llevan al coche. En aquel momento, llega la otra pick-up con Joan y su equipo.. Yo miro las manos del mico. Negras. Con el lecho ungueal negro. Igual que las mías pero en negativo y miniatura. Siento un escalofrío… No quiero fotos. Vamos al coche y de allí al campamento.

El equipo de Joan, es más numeroso que el mío. A los componentes habituales descritos antes, hay que añadirle un ayudante de PH con el exclusivo (¿?) propósito de filmar lances (petición que hicieron previamente), y el profesional con rifle, cámara de fotos y filmadora.

A Joan le gustó mucho el área de caza. «Es preciosa, auténtica», dijo. Quizá por tratarse del primer día, dieron una gran vuelta y tuvieron la oportunidad de ver muchos animales. Les mostraron el río Angra, afluente del Zambeze, y pudieron observar a dos elefantes bañándose. En primera fila, dentro del río, una manada de inmensos hipopótamos y, en las orillas, grandes cocodrilos tomaban el sol. Por los caminos, tuvieron la oportunidad de ver cebras, impalas, waterbucks, kudus (uno de ellos excelente) y diversos facocheros.

Coincidieron con nosotros al final del episodio de los babuinos y posteriormente avistaron una manada de búfalos antes de ir a Murara a comer. Se les echó el tiempo encima y los dejaron para la tarde.

El equipo de cocineros del campamento, tiene nivel. El tipo de comida que preparan es una mezcla de dieta anglosajona, con toques de exotismo. Las carnes, como dijimos, son de búfalo, kudu, impala, facochero… También de ternera y pollo. Acompañadas de verduras bien preparadas y salsas adecuadas. Purés, crepes y empanadas de entrada y puddings y frutas de postre. Durante la comida no hay vino ni cervezas. Sólo agua.

Por la tarde, nos desplazamos todo el equipo hacia el sur. Es una zona montañosa que limita la cuenca del Zambeze. Anduvimos por infinidad de pistas. Cada vez que unas ramas o unas piedras pueden entorpecer la marcha de la pick-up, el PH para el vehículo y los trackers, sin mediar palabra, bajan y la retiran. Todavía no hemos visto ningún elefante, pero sus excrementos invaden todos los caminos. Curiosamente, no vemos ningún animal. Únicamente unas pocas aves y… además de las paradas técnicas, nos ha mostrado Butch un mirador del valle. Espléndido.

En la zona que hemos recorrido esta tarde, no hay poblados. Aunque el PH que me acompaña es hombre de verbo corto (y mi inglés, de zapatilla), consigo enterarme de varias cosas.

La etnia que vive en esta área es la shona. Tienen idioma propio. Son agricultores y recolectores. Viven en núcleos familiares, no en poblados. Son gente muy poco agresiva, muy pacíficos. Viven anclados en un mundo que no ha variado en los últimos 4.000 años. Únicamente han cambiado el hábito de vestir. Utilizan jeans y camisetas de colores con grandes logotipos occidentales.

Parece que no se sienten cómodos con estos ‘avances culturales’ y quieren retrotraerse a épocas antiguas…

Con todo, tienen en la zona una escuela, una pequeña ‘clínica’ y un área que denominan templo y que se trata de dos chozas sin pared. Sólo tienen techo.

En Zimbabwe, clasifican las zonas de caza en dos categorías. Las Safari Areas, en las que no viven personas, y las Communal Lands, en las que obviamente existen comunidades humanas y que era nuestro caso.

Finalizamos la jornada a las 6:00 de la tarde.

Salen por la tarde después de una breve siesta y se encaminan a la manada de búfalos que dejaron por la mañana. No les ha sido difícil de localizarlos. De hecho, entre pisteo y acercamiento, han pasado toda la tarde. Hasta cuatro acercamientos han hecho, sin poder poner la mira en ningún animal. El PH tiene en la agenda, tanto una hembra para cebo, como el bull. También han montado una expedición multitudinaria. Ciertamente los acercamientos se complican con el exceso de público…

La ducha vespertina (con agua calentada en horno de leña), seguida de la cerveza con aperitivos fríos y calientes, pegados al fuego de leña de mopane, son una delicia. El mopane, del que hay una cantidad infinita, pues la mayoría de la sabana está formada por este arbusto-árbol, produce un fuego muy calorífico, con una pequeña llama. El fondo de brasas, alguna noche ha alimentado el fogón donde preparan la BBQ.

La cena, ha comenzado con unas crepes de jamón y piña, seguida de carne de cerdo asada con vegetales, dos salsas y berenjena rellena. De postre, tarta de queso. Merlot sudafricano, cafés y agua de manantial… (Con mayor o menor cantidad de yodo dependiendo del celo del potabilizador de turno).

Primera jornada y suficiente peso en las botas para acortar la charla nocturna. La diana a las 05:15 horas, otra razón para no alargar la conversación. Un solo animal abatido, un baboon ladronzuelo de cabañas. (Continuará…). CyS

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